Cuando comencé a escribir mi primera novela negra y llevaba ya cuatro asesinatos, me preocupé porque me entraron unas irrefrenables ganas de matar. No le di importancia. Descansé la mente un par de días. Pero al tercero una fuerza más grande que yo mismo me llevó a aumentar los muertos para mantener la trama. Maté en mi novela a dos inocentes más.
Decidí entonces pedir cita a mi psicóloga de cabecera. Algo estaba pasando en mi cabeza.
Lo malo es cuando salí con las manos ensangrentadas de su gabinete.
Foto de @pixabay