Era el primer día que me quedaba solo en casa. Mi mujer había alquilado un fantástico caserón en un pueblecito de Cantabria cercano a la costa, pero una llamada ineludible del trabajo la había hecho desaparecer en dirección a Madrid con la cara horrorizada: la publicación del próximo número de la revista peligraba.
Aunque en el fondo pensé que era su amante el que la reclamaba, le animé a que solucionara sus problemas laborales tras criticar las mentiras del teletrabajo.
Reconozco que por la noche el edificio era un poco siniestro y enseguida me fui a la cama. Estaba plácidamente dormido cuando un golpe seco me despertó. Dudé si correr escaleras abajo con mi zapatilla en la mano, pero no sé si por frío, miedo o vagancia me quedé acurrucado en el edredón.
Pensé que se había caído algún libro del montón que acumulaba en la mesa de la salita.
Y volví a dormirme.
A la mañana siguiente no recordaba ni el ruido, ni el miedo… pero encontré un bello reloj de pared que se encontraba en la cocina tirado en el suelo. La hora: cinco y cuarto. Coincidía con el momento del ruido. El reloj estaba intacto. Ni un arañazo. Le di cuerda y lo coloqué de nuevo en su sitio. No había pasado nada.
(CONTINUARÁ)
Nota del autor: este relato ha sido publicado por entregas en Instagram