Desde el fútbol de pequeña con un único canal de televisión a tardes de cocina preparando cenas semanales hasta la tranquilidad actual de leer <<El País Semanal>> con detenimiento. Eso son los domingos por la tarde.
La vida son etapas, que consumes y pasas sin apenas darte cuenta de que lo estás haciendo. Que miras el calendario y ha pasado otro mes. Y no pasa nada. Estás aquí para contarlo, para vivirlo.
Recuerdo esas tardes familiares de dominó entre mi tío, mi abuelo, mi padre y mi hermano. Las mujeres, cómo no, en la cocina recogiendo los restos de la comida y fregando platos. El lavavajillas fue un invento más tardío que llegó a casa casi cuando no se hacían reuniones familiares.
Todavía pienso en la bronca que me echaron al comprobar que cuando me dijeron: <<Seca las cucharas>>, les hice caso y limpié las cucharas, pero no el resto de cubiertos, ni platos, ni cacerolas… Eso de los cacharros no era lo mío.
Pero cuando tuve mi casa y mi familia los domingos por la tarde los dedicaba a organizar uniformes, sopas, purés, masa de croquetas, de empanadillas, verduras hervidas… para la infraestructura familiar semanal. Era el comienzo de una semana de carreras. Aún así los demás tenían derecho a quejarse y a estar de mal humor porque comenzaba la cuenta atrás para el lunes.
¿Y ahora? ¿Cómo son los domingos por la tarde ahora?
Ya no hay reuniones familiares grandes, y la mayoría se hacen comiendo en restaurantes; ya no hay infraestructuras que preparar para la semana con niños… ahora, queridos míos, los domingos por la tarde son una prolongación del tiempo.
Tiempo para leer, para escribir, para vaguear, dormitar, cocinar o pasear. Ver esa película olvidada, o iniciar esa serie que te han contado…
Ahora, los domingos por la tarde son sinónimo de tiempo. Y el tiempo, es vida.