Deberíamos escucharnos un poquito más. Poner más atención en lo que nos decimos. Concentrarnos en nuestros pensamientos y oírnos. Escucharnos a nosotros mismos.
Normalmente oímos todo lo que nos cuentan los demás. Sobre todo si eres un buen escuchador y no demasiado preguntón, asientes, haces algún apunte y procuras aportar. También escuchamos lo que nos cuentan los medios de comunicación, los amigos, la familia, las redes sociales, internet.
Escuchamos (a veces no oímos) demasiadas cosas, pero ¿nos escuchamos a nosotros mismos? ¿escuchamos nuestro cuerpo y sus reproches? Sí, todo eso que te dices cuando te levantas cansado pero no quieres oírte, todo lo que los dos muñequitos de Disney cuando se ponen cada uno en una oreja te cuentan. Siempre me gustó el diablillo que animaba a no ser bueno y me daba pena el angelito que siempre salía perdiendo. Porque casi siempre, nos guste o no, después de escuchar, elegimos, y solemos elegir lo que es peor para nosotros, porque no nos escuchamos bien.
Es interesante prestarse atención. Llevarías tu ritmo y no el que quieren los demás. Si te escuchas seguro que aprenderás por ti mismo a decir que no. ¡Y es tan importante! ¿Cuántas veces has dicho que sí y lo que tu cuerpo, tu mente, tu yo necesitaba era decir que no? Es uno de los aprendizajes más difíciles en esta vida, pero también uno de los más necesarios.
Cuando llegas a un momento de tu vida en el que se supone que lo más importante está hecho, que no debes estar sujeto a horarios, que sólo hay que disfrutar, a veces, sólo a veces, no eres capaz de hacerlo. Tal vez no te has escuchado en momentos decisivos y tal vez (nunca es tarde) deberías tener una conversación importante contigo mismo.
Háblate, escúchate, llora y ríe. Piensa y recapacita. Escucha el por qué y mira hacia el frente. Camina con paso firma. Lo que no habías querido oír está luchando por salir. Escribe tus pensamientos. Perdónate. Y vive.