Cae la tarde sobre Madrid, con esa luz que no es de día ni de noche pero que todavía ilumina. Llega al café de la esquina y se sienta en la terraza, en su mesa. Vestido a la moda con estampado geométrico, alpargatas de firma y corte de pelo moderno, con mechas, de peluquería. Es viernes. Enciende un cigarro que saca un pelín temblorosa de la pitillera de su bolso y enseguida llega la camarera que pregunta: –¿Un vino blanco como siempre, doña Adela?. La mujer asiente con media sonrisa y saborea la primera calada con placer, como el primer sorbo de la copa de vino. Está sola. Mira a la gente pasar. ¿Y ella? ¿Ya pasó? ¿Cómo pasó? ¿Qué pasó?
Podría tener ochenta; tal vez casi noventa. Va acompañada de un bastón. ¿No tiene nadie más que le acompañe? Saborea ese vino. ¿Se arregló sólo para salir a tomarlo? ¿Vive en la señorial casa enfrente del café? Apenas media hora y pide la cuenta. Paga en metálico. Deja propina. Vuelve a sonreír con esa media sonrisa. Se levanta apoyada en su bastón, y erguida, emprende el camino hacia el semáforo.
¿Cuántas vidas caben en esa vida? Podría imaginarlas todas. Se amontonan en mi cabeza… pero prefiero soñarlas. Tal vez ella también las sueñe.
La fecha
Su secretaria le confirmó la cita. El lunes próximo tendría que firmar los papeles. Miró la fecha en el calendario y se preguntó por un momento cómo había llegado hasta allí, cómo habían llegado hasta allí. Noviazgo, amor, una casa, tres hijos... Tal vez nunca...