Cada 48 días nos veíamos en el apartamento de la puerta 24. Nadie lo sabía. Ni sus guardaespaldas, ni su mujer, ni mi marido. Nunca me pregunté cómo llegaba hasta allí, Ni él a mí. Siempre me estaba esperando. La corbata y la chaqueta en la silla de la entrada. Saliendo a mi encuentro en mangas de camisa con una copa de cava en la mano. Esos ojos, sus labios… No consiguieron borrarlo de mi mente. Aunque en los 48 días de mis últimos 48 meses no recordaba ni su mirada ni su boca.
Mis mejores días de pasión fueron en ese apartamento.
Era un obseso de las matemáticas y la numerología. Todo tenía explicación en los números. Un poco brujo. Un poco esotérico. Su imagen pública no tenía nada que ver con la privada. Eran dos hombres distintos.
En el trabajo no nos conocíamos. Nuestra relación era fría y distante. Siempre estaba más cariñoso con cualquiera que conmigo. e la intimidad sabíamos cada pliegue de nuestra piel, cada hilo de nuestro pensamiento. Odiaba su forma de ser en público; adoraba nuestros cuerpos en el interior de nuestro refugio. Siempre le inquietaron los números. Hasta la fecha de su muerte. Porque lo mataron cuando estábamos juntos. Aunque no lo recuerdo con claridad. No veo ya en imágenes ni lso elevadores industriales ni los interminables pasillos. No adivino cómo era nuestro nido de amor. No creo que hubiera podido volver a encontrarlo de no ser por el mensaje. El mensaje. ¿Quién me había enviado el mensaje? ¿Ellos? ¿Quiénes eran ellos?
Sí lo mataron. Hace cuatro veces 48 meses más 48 días que lo mataron. ¿Lo mataron? Irrumpieron cinco hombres sin piedad en la puerta 24. Sólo recuerdo sangre. Gritos. Sirenas. Dos hombres me sacaron de allí a rastras. Medio desnuda. No pude articular palabra. Ne llevaron lejos. Ne tuvieron encerrada. Me hicieron firmar papeles. Me tenían drogada. casi olvidé mi nombre. Y el suyo. Pasaron 48 días hasta que volví a hablar. No sabía en qué lugar estaba. Me abandonaron en un motel de carretera junto a un vehículo viejo y destartalado y una pequeña maleta. me entregaron una identidad nueva y un pacto de silencio. Jamás podría contar cómo mataron al presidente en una habitación de un edificio de apartamentos. Jamás hablaría con nadie. Jamás explicaría por qué me veía con él. Por qué guardaba silencio. Mi vida se había convertido en un triste pasar de horas.
Sentía que seguía drogada. Pasaron los años pero el dinero seguía llegando puntual cada veinticuatro de cada mes. Sin falta. Tenía suficiente para vivir sin trabajar en aquel barrio alejado del centro de la ciudad. Podía haber seguido llevando esa vida triste y anodina. Sin relacionarme con nadie. Sin trabajar. Con la única diversión de sentarme delante de la televisión y ver nada y todo. Antes fueron los melodramas. Ahora estaban de moda las series. ¿Y después?
Como veía mucha publicidad, acabé comprando un móvil Yo pensaba que si ese artilugio hubiera existido cuando él estaba vivo, hubiera sido mucho más interesante nuestro romance. Mis únicas instrucciones habían sido permanecer alejada y en silencio. No hacer nada. No contar nada. No hablar con nadie. Enterrarme en vida. Hasta que llegó el mensaje.
CONTINUARÁ…