A veces te empeñas en viajar con compañías aéreas de prestigio y no nos damos cuenta de que ahora todo es <<low cost>>. Da igual con quién saques el billete; si ellos deciden que lo opera otra compañía, tienes que adaptarte a sus normas. Y debes aceptar los mensajes que te envían porque aunque lleves tu tarjeta de embarque en el móvil ya que dedicaste unos cuantos minutos del día anterior a realizar todas las gestiones, si ellos deciden que tienes que hacer una cola de media hora para imprimir un papel, tendrás que hacerlo. Aunque vivamos en un mundo digital.
Después tendrás que pasar por el estrés del momento seguridad. En unos aeropuertos no toleran tus zapatillas (no olvides nunca llevar calcetines; las bolsitas de plástico para los pies están desaparecidas) y en otros no soportan que el desodorante se encuentre libre en la maleta, sin haber sido incluido en la bolsa transparente de aseo.
Cuando ves cómo tu maleta va en dirección contraria a la de los demás no puedes evitar pensar en la cara de terrorista que se te ha puesto de pronto. Tienes que abrir tu maleta de cabina sin las gafas que se encuentran en otra bandeja retenida y se produce la incomodidad de confesar tu número de clave a un desconocido que te está regañando con la mirada por llevar líquidos “sueltos”.
A veces has hecho tu maleta con cuidado (normalmente a la ida) pero en otras, al regresar de tus viajes no eres tan cuidadoso con tu ropa sucia o tu calzado. Ya no está todo guardado en impolutas bolsitas de algodón. Y no soporto que un desconocido busque entre mi ropa interior los líquidos que se me han olvidado guardar en mi neceser transparente. Supongo que a ellos les da igual. Cumplen su trabajo. Pero a ti te dejan con una maleta abierta, un bolso con contenido desparramado en dos bandejas y el dedo acusatorio de haberlo hecho todo mal.
La aerolínea ya advirtió en correos electrónicos y mensajes que recomendaba facturar sin coste. Pero si quieres llevar tus cosas en cabina, hay que aceptar que te regañen por no cumplir sus normas y que te dejen con la maleta a medio hacer a la vista de todos. Menos mal que mis zapatillas sólo importaron a la ida y pude recolocar mi equipaje perfectamente calzada.
Seguro que en otro aeropuerto me hubieran pasado a un cuartito cerrado y me hubieran interrogado por llamarme María Jiménez (el nombre de varias delincuentes internacionales) como me ocurrió hace unos años en Atlanta (EE.UU). Retrasaron mi entrada al país casi dos horas. Me hicieron esperar desesperada para después de esforzarme en un correcto inglés durante todo el tiempo, pegarme una “charleta” en castellano cuando al final me dejaron entrar.
Por eso es importante no dejar de sonreír. Sólo son trámites. Problemas del primer mundo.