Nos habían llamado esa mañana para pedirnos ayuda. En Marbella estaban especializados en narcotráfico, prostitución y venta de armas ilegales. No tenían ni idea de asesinos en serie. Nosotros sabíamos algo más porque en los últimos años habíamos hecho un cursito en Estados Unidos y siempre nos avisaban.
Y allá que nos fuimos Juanjo y yo para ayudar a los colegas.
Ese día había aparecido el quinto cadáver. En el último mes. Siempre mujeres. Todos sentados en un banco en el paseo marítimo. Nadie había reclamado los cuerpos. Menudas, morenas, rubias o canosas, pelo corto o largo, rizado o liso, atadas por detrás al asiento para que se mantuvieran erguidas con una cuerda como las de las combas de las niñas. Con sombrero y un palo por detrás de la nuca sujetando la cabeza. Todas sin techo. ¿Había tantas sin techo en Marbella? Alguien las descubría corriendo al amanecer y avisaba a la policía. Cuellos degollados con un tajo limpio según mostraban las fotografías. ¿Un cuchillo de cocina afilado, una catana de taichí? El corte limpio. Como si no se hubieran resistido. Y mucha sangre coagulada en torno al cuello.
Había algo que nos despistaba. Muy poco tiempo entre muerto y muerto. Los asesinos en serie no actúan tan seguido. El lugar de los crímenes era el mismo. Se suponía que las mataba allí mismo. No había señales ni de resistencia ni de traslado desde otro lugar.
Habían puesto vigilancia desde el tercer asesinato, pero no habían descubierto nada. No podían poner cámaras en cada banco, aunque se lo estaban planteando. Y ya había dos fiambres más.
Y una peculiaridad: los cuerpos tenían entre sus manos un osito pequeño de peluche típico de las tiendas londinenses, de esas de souvenirs. Un «Bobby» británico que desafiaba al Brexit. Todos iguales. Todos sin una gota de sangre. Era la firma del asesino. ¿Era un desafío a la Policía?
Mientras conducía mi compañero yo iba repasando todo lo que decían los informes. La escenografía parecía teatral. Siniestra, pero teatral. Como si estuviera escribiendo la escena del crimen y no le faltara detalle. Como si fuera un escritor.
—¿Sabes qué he oído esta mañana en la radio, Luz? ¿No te gusta a ti tanto ese novelista policíaco, sí Jesús Cepeda? Ese que acaban de hacer una serie en Netflix…
—Sí. Me gustan mucho sus novelas. Más que la serie. Escribe muy bien. No sé de dónde saca sus argumentos… No me distraigas; estoy intentando buscar lógica para este asesino. No encuentro el perfil ni el hilo del que tirar. Y ocúpate de la carretera.
—Sí, jefa. Pero es que he oído que está ingresado en una clínica de reposo aquí en Marbella. Había gente que le situaba en Londres. Lo digo por si te apetece visitarle para que te firme sus libros. Como eres tan fan…
…………………………
Y Jesús Cepeda, en su clínica disfrutaba escribiendo su nueva novela. ¡Por fin había encontrado un argumento brillante! Solo tenía que seguir ejecutándolo.