Para la RAE su significado es “Abstención de hablar” o “Falta de ruido”. Otros diccionarios lo definen como “Estado en el que no hay ningún ruido o no se oye ninguna voz” o “Ausencia de noticias o palabras sobre un asunto”.
Pues efectivamente, el silencio es eso: una nada del universo que es difícil conseguir en nuestro día a día, en nuestro ajetreado día a día.
No podemos vivir sin hablar. Incluso hablamos demasiado. Tal vez evitamos el silencio por no escucharnos a nosotros mismos, porque no estamos acostumbrados a oírnos, a oír nuestra voz interna, íntima, esa que muchas veces nos cuenta lo que no queremos oír, lo que tal vez no deseamos saber de nosotros mismos.
Por eso rompemos el silencio y hablamos de lo que sea. A veces sin sentido, a veces sin orden ni concierto. Incluso con desconocidos, en un autobús, en un comercio, por la calle… Cualquier excusa es buena para hablar, aunque no digamos nada. Probablemente así no escuchemos nuestro silencio. ¿Cómo harían los monjes para mantener su voto de silencio? ¿Les costaría?
Dice Leila Slimani en #Elperfumedelasfloresdenoche, editado por Cabaret Voltaire: <<Escribir es jugar con el silencio, es confesar de manera indirecta, unos secretos indecibles en la vida real>>.
Jugar con el silencio, escuchar nuestro silencio… esas armas se convierten en historias, en la realidad de nuestro pensamiento y muchas veces conseguimos transformar el silencio de nuestras mentes en personajes, en vidas, en voz y palabra.
El verano es mágico para huir del ruido del interior y del exterior. Aprender a escuchar el silencio y salir de nuestro ruido íntimo siempre será necesario para crear.
Disfrutemos de nuestros momentos de silencio. Aunque no creemos, siempre creceremos escuchando nuestro interior.
Feliz verano. Feliz silencio.