Antoñito, un día aparecerá un director de esos famosos de Hollywood, y aunque no te lo
creas, querrá hacer una película aquí, en tu café, en nuestro café de toda la vida.
-Deja, deja, no me cuentes esas cosas…
-Pero Antonio, ¿no te das cuenta? Eso es lo que nos va a cambiar la vida a los dos, a ti y a
mí. Tu café se va a hacer famoso. Saldrá en la película, se convertirá en un sitio de culto, y
la gente se matará por venir a tomar café aquí. Conoceremos a muchas personas
importantes. Aparecerás en todas las guías importantes de turismo. No tendrás que poner la
música de Sabina. Él vendrá aquí con su guitarra y tocará para ti y para tus clientes
privilegiados cuando cierres el café de madrugada. Yo me haré representante de artistas y
me va a ir fenomenal. Me tenías que haber visto en el avión. Parecía todo un señor. Bien
vestido, elegante, y las canas en las sienes… me sientan hasta bien.
-No me jodas, Juan. No me jodas. Sabes que no creo en estas cosas. Me estás tomando el
pelo. Te ha ido mal la aventura y ahora quieres contarme una historia para que yo te anime,
porque no eres capaz de asumir la realidad…
-Que no, Antoñito, que no. Vas a ser famoso, y vas a dedicarte a escribir. ¿No es eso lo que
querías siempre? ESCRIBIR, con mayúsculas. Eso que no te atreves a hacer aquí. Esas
veladas literarias con las que sueñas, y que no eres capaz de realizar porque tienes miedo.
Sí, sí, colega. Tienes miedo de no ser bueno, y por eso no quieres que nadie lea tus cosas.
Juan me miraba con ojos de verdad. No podía estar mintiéndome. Era imposible. Él no me
haría eso. Sabía que esa era la ilusión de mi vida. Que yo podía haber dejado el bar de mis
abuelos como estaba cuando lo heredé: una tasquita de tapas y cerveza de barril y poco
más. Pero no. En contra de mi padre, y muy en contra, monté un café a la antigua. Como
esos de Madrid del paseo del Prado, como el Gijón, donde los escritores se juntaban y
hablaban. Arreglaban el mundo: lo rompían y lo reconstruían de nuevo. Y eso monté yo aquí.
Al principio costó crear clientela. Estaban acostumbrados a la caña en un espacio de
banquetas y barriles. Lo cambié comprando mesas de segunda mano con tableros de mármol
y soportes de hierro. Espejos antiguos, lámparas de farol… Recordaba la escena de la
Colmena en el cine donde levantan todos a la vez las mesas porque descubren que están
tomando café sobre lápidas de tumbas.
-¿Qué te pasa, Antonio? Por esa mirada perdida ya me doy cuenta de que me vas creyendo,
¿no? Tío estoy flipando. Ni te imaginas. Mira que casi ni me acuerdo de mi cantautora. Yo
siempre pensé que estas cosas no ocurrían. No sé cuántas veces he visto la peli esa, la del
actor ese con cara de niño…
– Marty McFly
-Ese, ese mismo. Regreso al futuro. Esas pelis de ida y vuelta, de saber qué te pasa… y era
yo. Te lo juro, era yo. Y tú, Antoñito. Tú vas a triunfar. Dejarás el café a Susana y
comenzarás a publicar… y ganarás…
-Basta ya, Juan. Creo que con dos copas no puedes estar contándome esto. Te creo. Sí. Te
creo. Creo que te has encontrado con tu yo del futuro. Que te ha ido fenomenal con tu chica,
y que dejarás de intentar ser pintor para convertirte en representante de artistas. Te juro
que me lo creo. Hay veces que pasan cosas raras en la vida, y mejor no pensar por qué,
pero no, no me cuentes qué me va a pasar a mí. No quiero saberlo.
Si mañana entra un director de Hollywood por esa puerta, le ofreceré sin duda que ruede
aquí sin problema. Me va a encantar. Pero piensa Juan que me va a encantar de todas
formas. Me lo anticipes tú o no. La ilusión de mi vida ha sido este café, y sí, escribir. Pero
también pienso que tengo que comer todos los días, y por eso sólo escribo en mis ratos
libres, y ¡joder! Claro que tengo miedo. Tengo sueños, como todos. Tengo ilusiones, como
todos, pero me da miedo que mi sueño sea humo. Que sólo sea un sueño sin fundamento.
Que nadie quiera leerme. Mi miedo es el miedo de todo escritor: no tener lectores, no
emocionar con la palabra, no hacer sentir a los demás lo que tú quieres decir con tus
palabras, no transmitir tu alegría, dolor, amor… Ese es mi miedo, Juan.
Y por eso rompo tantas hojas. Casi tantas como escribo. Y por eso no te dejo a ti leer nada,
ni a Susana, ni a mi padre. ¡No! No me cuentes nada. No quiero saber mi futuro. Lo que
tenga que ser será. Y una cosa te digo, como amigo, casi como hermano Juan. Sigue
viviendo, sigue pintando, sigue teniendo fines de semana fantásticos con Lola, pero no te
obsesiones. Si el futuro tiene que ser como te lo ha contado tu yo del futuro, será.
Pero vive el día a día, amigo. Vive cada momento. Es irrepetible. Para mí lo es abrir cada
mañana este reducto de paz. Preparar el mejor café que sé hacer. Mejorar las recetas de mis
bizcochos, y que me traigan los churros más calentitos de la ciudad, para que mis clientes
disfruten. Eso es lo mejor que puedo tener cada día. Lo demás, está por venir. Y si tiene que
venir vendrá.
-Colega, no te pongas tan serio. Yo sólo estoy impresionado. Me parece estar viviendo una
película, y no fui capaz de que la película fuera para mí solo. Quería compartirla con el tío
más grande que conozco, contigo, Antonio. Vale, vale. No te pongas así. Ya me callo. No te
diré nada más. Dejaremos fluir la vida… yo sigo pintando, tú rompiendo cuartillas y poniendo
cafés. Ya está. Y lo que tenga que ser, será. Venga, trae otra copa y sube la música de
Sabina…”Y nos dieron las diez, y las once…”
A la mañana siguiente, entró un tipo un poco estrafalario, con pinta entre inglés y
americano. Un guiri, vamos. Me pidió un café y unos churros en un terrible español. Se sentó
en la esquina más bonita del café. Al cabo de dos horas se levantó y me dijo:-”Soy James
Cameron. Me gustaría rodar aquí una película”.