En mayor o menor medida todos los seres humanos somos capaces de adaptarnos a cualquier situación por complicada que parezca. ¿O no?
Oía esta mañana en #avivirquesondosdías a Juan José Millás hablando con Javier del Pino sobre la posibilidad de ir a la cárcel y la adaptación a vivir en ella. Todos veían que era factible que el escritor pudiera adaptarse sin problemas a la vida carcelaria. A lo largo de su trayectoria periodística había realizado varios reportajes sobre las circunstancias de este mundo y sin pretender que pudiera ser un tiempo de vacaciones, la conclusión era que el autor podría sin demasiados problemas vivir en la cárcel.
Cárceles
Desde luego es un lugar que conozco por novelas o películas. Para mí la mejor de todas #Cadenaperpetua, de 1994, con Tim Robbins y Morgan Freeman, dirigida por Frank Darabont. Refleja todo lo bueno y lo malo de compartir celda y patio con lo mejor y lo peor de cada casa. Normalmente lo peor. No olvidemos que en la cárcel no se entra por buenas acciones.
Plantearnos si podríamos vivir en un ambiente que sólo conocemos por la ficción es una piedra lanzada al aire en un programa, pero que puede inquietarnos si lo tomamos en serio. Recuerdo la novela de Dulce Chacón, #Lavozdormida, que me trae a la memoria a mi tía Avelina que escribía en sus cartas desde la cárcel de Ventas tras su encarcelamiento al final de la Guerra Civil española, que le llevaran un cepillo de dientes o sus labores para entretener el tiempo. Poco podían contar en unas letras censuradas escritas en pedazos de papel que apuraban de cualquier sitio. A veces me pregunto qué hubiera contado si hubiera podido, si no le hubieran condenado a muerte y hubiera salido libre a los años de cumplir su pena.
Es mi mayor cercanía a este ámbito. Me imagino la dureza de los trabajadores de Instituciones Penitenciarias y creo que hay que ser de otra pasta para convivir allí. Esos profesionales tienen una notable capacidad de adaptación.
Pandemia
No me veo en un lugar privada de libertad aunque disfrutara de todo el tiempo del mundo. Ya vivimos en pandemia (los privilegiados sin problema de casa o comida o asistencia médica) algo parecido a estar encerrados sin posibilidad de salir. De la capacidad de adaptación de cada uno nacieron iniciativas fantásticas como conciertos en terrazas, pasteleros aficionados que repartían sus dulces entre el vecindario o cantantes como Luz Casal que se ofrecieron a llamar a la gente angustiada para tranquilizar sus existencias. Otros nos dedicamos a escribir y publicar. Se dijo que de allí saldríamos mejores. Mirad alrededor. Eso fue otro tipo de cárcel, pero no nos hizo mejores.
Guerras
Pero ahora mismo vivimos un momento crucial en la Historia en el que la capacidad de adaptación es la que nos lleva a no salir todos a la calle y decir: ¡Basta!
Nos hemos acostumbrado tanto a las guerras televisadas que parece que son en otro planeta. Guerras, terremotos, ataques injustificados, miles de muertos, de atrocidades… y miramos hacia otro lado. La política no sirve para nada. Las religiones nunca han ayudado y menos ahora. Vivimos en el siglo XXI, apoyados por las nuevas tecnologías, la inteligencia artificial y miles de artilugios que mejoran la vida y no somos capaces de controlar el odio entre los seres humanos. Cadenas de televisión, emisoras de radio, periódicos, titulares de internet… ¡Qué dolor!
Nuestro límite geográfico
Pero nuestra capacidad de adaptación a lo que sucede allí, fuera, lejos, más allá de nuestro límite geográfico (o incluso dentro: véase la llegada multitudinaria de migrantes en pateras, o las muertes por violencia de género por poner algunos ejemplos) es total. Convivimos con esos titulares y no paramos el mundo. Vemos la locura cada día dibujada en esos rostros indefensos y no hacemos nada.
¿No podemos hacer nada? Quizá no. Pero si todos saliéramos a la calle, a la vez en todo el mundo. ¿No harían algo los políticos? Si paráramos el mundo, ¿se sentarían a hablar? No lo creo. Nuestro poder de adaptación ante el mal es tan grande que nos hemos olvidado de lo que debería ser razonable, de lo que sería bueno para todos sin distinción de raza, sexo o nacionalidad.
Esperanza
A veces, sólo a veces, hay que mantener la esperanza. Pedir que nuestra capacidad de adaptación salte por los aires y no nos den igual las bombas televisadas, los cadáveres sin entierro , las mujeres sin derechos y los niños sin comida.
Y yo me pregunto, los que tienen la capacidad de decidir, ¿podrán dormir por las noches?