Yo antes era de otoño, cuando en el mes de septiembre era otoño. Cielos grises; sol repentino; lluvia suave… y nada de frío.
Me encantaba lo que las abuelas denominaban ropa de entretiempo. Esas chaquetitas, abrigos finitos, gabardinas…
Ahora ni el otoño es otoño ni el invierno es invierno.
Asistimos a unos días con un sol precioso que calienta los huesos, el alma y el corazón. Sabemos que nos dará pereza cuando aparezca la lluvia, que aparecerá, y el frío, que volverá cuando ya no lo esperemos.
Pero el sol nos trae alegría, ganas de vivir, de viajar, de hacer planes, organizar proyectos o simplemente sentarnos en una terraza para compartir los rayos con quien queramos.
Esas sensaciones cotidianas, simples, sin aspiraciones forman parte de la belleza de lo cotidiano, de lo importante que es lo no importante.
La felicidad, no lo olvidemos, es saber disfrutar de las pequeñas cosas, esas que están a nuestro alcance y no nos percatamos de lo imprescindibles que son. Mucho más de lo que creemos.
Piensa por un momento en sentarte al sol. No es necesaria una playa ni un río ni un bosque. Puede ser en un banco del parque o a los pies de un árbol. Puede ser en tu terraza. Cierra los ojos. Siente ese calor que te abraza y abrázalo tu también.
Los días grises, los días de lluvia, el tiempo triste será mejor si tienes en tu corazón el calor del sol de invierno.