Escribo en mi tercera novela acerca de una época en la que no se expresaban en voz alta los sentimientos. A los padres se les llamaba de usted; todos los mayores eran don o doña y no existían relaciones personales si no era entre iguales. Tan solo hasta mediados del siglo XX.
Las diferencias sociales distanciaban a las personas y el contacto físico no estaba bien visto.
A mí me costaba decirle a mi madre “te quiero” cuando me despedía con angustia cada día de ella pensando que tal vez al día siguiente no viviría. Lo decía en bajito. Sí me acostumbré a decírselo a mi pareja, a mis hijos, a mis amigos.
Tal vez no lo decimos lo suficiente, no sé si por temor a que se gaste, aunque el amor no puede gastarse nunca. Tiene principio. No fin.
Deberíamos acompañarlo con los abrazos que repartimos. Sanarían más, pero nos da miedo pronunciarlo. Puede que nunca nos enseñaran a decirlo. Hemos recuperado muchas veces las dos palabras en nuestros mensajes en redes sociales. Parece que escrito suena menos y significa más.
Podríamos recorrer a lo largo de la literatura y el cine los “te quiero” de Escarlata O’hara en “Lo que el viento se llevó” o la María interpretada por Ingrid Bergman en “¿Por quién doblan las campanas?” en la película basada en la novela de Hemingway. Podemos recordar también el amor que expresan Florentino Ariza y Fermina Daza en “El amor en los tiempos del cólera” de García Márquez o los “te quiero” de Francesca a Robert Kincaid en “Los puentes de Madison”.
Recordaremos a Lope de Vega cómo en su soneto “Esto es amor” no dice “te quiero” pero lo cuenta en cada palabra de sus versos.
Me vienen a la memoria novelas, versos, películas, series y momentos en la vida en que es importante ese “te quiero” entre familia, entre amigos. Es necesario decirlo. Con abrazos mejor que solo.
Rememoro hace veinte años la importancia de los “te quiero” a esas personas a las que la tragedia pasó al lado pero no les sacudió. Parece mentira que haya pasado tanto tiempo pero las llamadas de angustia se convirtieron en tranquilidad en la mayoría de los casos; no para todos. Y el alivio al encontrar vivos a los que estuvieron perdidos unas horas y que nos hicieron sentir ese “te quiero” aunque no lo dijéramos.
Por ellos, por todos a los que no somos capaces de decirlo cada día, gritemos “te quiero”. Algún día no podremos.