Ayer fue un domingo para celebrar. Había buenas vibraciones. Jugaba Alcaraz la final de Wimbledon. Jugaba la Selección Española de fútbol la final de la Eurocopa.
Algunos diréis que no os gusta ni el fútbol ni el tenis. Que damos demasiada importancia a los deportes. Que no es para tanto ganar esas competiciones. Eso lo dice mucha gente a unos días de que empiecen los Juegos Olímpicos de este 2024 y que cuando pongas la televisión sólo aparezcan deportes a todas horas.
Pero yo voy un poco más allá. Los dos deportes citados son totalmente opuestos. Uno, de minorías, el otro, el deporte rey por excelencia, de masas. Tienen en común que levantan pasiones, que hacen que la gente se entusiasme, que quieran disfrutar junto a los deportistas de esas emociones que deben ser increíbles.
Yo nunca fui demasiado deportista. Jugué al voleibol y al baloncesto con mi colegio los sábados por la mañana, y creo recordar que sólo marqué una canasta importante en un partido de esos decisivos en la liga entre colegios. Me apunté al gimnasio después de los cincuenta y no soy maniática de los diez mil pasos diarios. Pero mis hijos sí son deportistas. De pequeños lo fueron de élite. ¿En qué deportes? Sí. En tenis y en fútbol.
Tal vez por esa razón vivo con entusiasmo estas celebraciones. Ayer por la tarde me separé de la televisión sólo para cocinar lo que cenaríamos disfrutando del fútbol. Recordaba a Juan José Millás con Javier del Pino en la cadena Ser por la mañana hablando precisamente de las dos citas deportivas. Juanjo, ajeno normalmente a este tipo de competiciones estaba dispuesto a ver las dos, porque le había enganchado el espíritu de los jugadores, el entusiasmo que se vivía. Yo creo que a todos nos engancha la juventud.
Los protagonistas en los dos casos son chavales jóvenes. Alcaraz, recién cumplidos veintiún años tiene ya en su poder cuatro grandes. Este año Roland Garrós y Wimbledon consecutivos. Quien no conozca la dureza mental de un deporte como el tenis tal vez no sea capaz de comprender lo que significa un triunfo de esa naturaleza a esta edad. Y con una sonrisa. Veo competir a este chico y me sube la adrenalina. Es capaz de transmitir ilusión y alegría. Y eso no tiene precio. Igual que procuro no perderme los partidos de Nadal (siempre pienso que va a ser el último), no me pierdo los de Alcaraz aunque tiene mucho carrete por delante, porque aunque pierda (que a veces lo hace) lo que es capaz de transmitir genera un buen rollo del que tendríamos que tomar nota todos. Yo viví, sufrí y disfruté mucho del tenis sin haber cogido una raqueta en mi vida. Y agradezco mucho poder seguir haciéndolo desde una pantalla de televisión y en alguna ocasión en directo.
Y el fútbol genera camaradería. No siempre. Últimamente se ven en los campos de deporte y en los finales de partidos actos y acontecimientos que no nos gustan. Se mezcla política y mala educación con deporte. Y es la peor combinación que se puede hacer. Creo que no todo el mundo creía en una selección tan joven con un entrenador que nunca fue jugador de fútbol. Mucho menos con todos los contratiempos que la Federación y muchos federativos de este deporte han pasado en el último año. Probablemente habría que despedir a todos para volver a contratar al minuto siguiente solo a los buenos (eso decía un directivo en mi trabajo). Pero al margen de consideraciones políticas y pensamientos que se nos pasaron por la cabeza a algunas mujeres durante la entrega de medallas (“¿Un piquito?”), hay que felicitar lo visto a esta selección de chicos tanto en el terreno de juego como en sus declaraciones; una unidad positiva que tenía que ser bandera para muchas más cosas que no sólo el fútbol. Realmente da gusto verlos. Y es una maravilla que se hayan traído el trofeo a casa. Por lo que representa y por la ilusión que genera verlos y disfrutar con ellos.
¿Hubiera sido muy diferente si hubieran perdido?
Por supuesto que sí.
No sólo estaríamos lamiéndonos las heridas sino que ya habríamos arremetido contra todo y contra todos. Así somos los españoles. De la nada al todo en cinco segundos.
Nunca he ido a una celebración física de estos triunfos. Y no aguanto en la televisión demasiados minutos viéndolas. Pero entiendo que genera tanto y normalmente tan positivo que merece la pena todo lo que se celebre.
Por otra parte, es buen momento para celebrar el verano. Reuniones de amigos en torno a una televisión, un partido, una competición o lo que sea. En torno a una buena mesa. Compartir, brindar, celebrar. Aunque no te guste el fútbol ni el tenis. Aunque no lo vivas como ellos. Siempre es una buena excusa.
¿Celebramos?