Toda una vida
El otro día regresé a mi barrio, al de mi infancia y juventud. No es donde más tiempo he vivido en Madrid, pero es el que sigo considerando mío. Hace pocos años vendimos la casa familiar y con ello se cerró una etapa. No había por qué volver. Pero cosas tan sencillas como un dentista, obligan a ir de vez en cuando.
A veces regreso en coche; otras en autobús, pero siempre que entro por las calles cercanas a la mía siento algo especial. Eso que no me palpita en el lugar donde vivo desde hace casi cuarenta años.
¿Por qué?
La definición de la RAE dice: <<Cada una de las partes en que se dividen los pueblos y ciudades o sus distritos>>. Me parece algo demasiado frío y objetivo. Más bien definiría barrio como el lugar donde entras en una tienda a comprar y te llaman por tu nombre; donde conoces a las personas con las que te cruzas y las saludas, incluso te paras a preguntar por su salud o por la familia; donde sabes qué comprar y en qué lugar hacerlo; donde siempre compras flores; donde recuerdas tu pastelería favorita o el mejor zapatero.
Tras un breve paso por Barcelona volví a vivir en la capital. En los dos casos no fue en lugares céntricos. En las afueras catalanas estuve dos años en un pueblo próximo a la ciudad, y en Madrid en un lugar residencial que actualmente va tomando más forma de barrio clásico porque han crecido algunos centros comerciales, tiendas, restaurantes y te conocen y los conoces.
Me sentí feliz en las calles de mi niñez. Los comercios en la mayoría de los casos han desaparecido. Hay otros. Pero pasear por allí me hace bien. Y sí, me encontré a antiguos vecinos y saludé a personas a las que quiero.
Con los años valoras más estas cosas, o quizá esta primavera estoy más sensible, o más sincera conmigo misma y con la vida. Puede que por primera vez diga o cuente lo que siento. Sin medias tintas. Con educación. Sin filtros.
¡Qué tontería volver al barrio! ¿No? Pero allí está toda una vida.