Yo entonces tenía novia y ella era una niña menor de edad a la que conocí en el cumpleaños de mi prima. Su inocencia me fascinó y me lancé a su conquista desplegando todas mis artes de ligón profesional. Nos llevábamos quince años de diferencia, pero eso era lo que más me atraía de ella. La relación con mi novia era aburrida, tediosa, tal vez triste. En cambio, Lara tenía toda la vida por descubrir con diecisiete años y el mundo esperando a cumplir sus sueños.
Quedábamos en «La Última Parada», un pub entre irlandés y español cercano a las tiendas de Moncloa. Allí tomábamos unas cervezas. Bueno, quizá me costó un poco que ella tomara cerveza. Al principio solo pedía limón o Coca-Cola. Por supuesto, iba también con mi prima y yo me llevaba a un amigo para que la entretuviera. Acostumbrado a acompañar a mi novia en mi pequeño Seat hasta la puerta de su casa, me resultaba extraño despedirme de ella en la puerta del pub con dos besos, pero teníamos tiempos y vidas distintas.
Lara era espontánea, tímida y sensual. Era una extraña mezcla que, para mí, aburrido del día a día con Sonia, me estimulaba para hacerle el amor a la antigua, paso a paso, aunque mi corazón y mi sexo, discrepaban.
Conseguí a las dos semanas de vernos con regularidad en nuestro bar (así lo llamaba ella) que mi prima no pudiera venir y que ella quisiera hacerlo sola. Entonces no había móviles y era complicado concretar citas o cancelarlas. Estaba especialmente guapa, con una cola de caballo, pantalones vaqueros ajustados y una camiseta suelta que ocultaba su pecho; apenas maquillada y con una colonia divina (jamás olvidaré su olor).
Yo, de natural perezoso y tardón, ese día acudí temprano. La esperé en nuestra mesa de siempre, saboreando lo que esperaba que fuera una tarde especial. Y no me defraudó. Pedí otra copa para ella mientras se iba al baño.
Entre la sala del pub y los aseos había un espacio muerto sin luz y allí la esperé. Creo que di el beso más bonito que alguien podía esperar en esas circunstancias. En mi caso, yo era un adúltero y ella la juventud hecha vida. Deseé no estar en ese lugar sino en mi cama y completar mi amor por ella como estaba convencido de que tenía que hacerlo. Nos marchamos de allí hacia mi casa, y, aun sabiendo que yo no era libre, me entregó su virginidad con amor e ilusión. Lo recuerdo vagamente. Soy un cabrón.
Fui capaz de mantener esa doble vida unos cuantos meses. Seguíamos viéndonos por las tardes, ya solos, en nuestra mesa siempre reservada. Lara sabía que cuando ella se marchaba, yo me iba con Sonia. Lo tuve todo, y lo perdí. No estaba enamorado de ella. Tampoco de mi novia. ¿Un capricho? Que una niña se vuelva loquita por ti cuando estás casi a punto de casarte y formar una familia, que no te pida nada a cambio y que esté dispuesta a estar en la sombra, era demasiado bonito para ser verdad.
Una tarde en la que fantaseábamos sobre el futuro nos atrevimos a poner una fecha, a marcar un encuentro, a señalar una cita…
Dentro de veinte años —decía Lara— nos veremos en este mismo lugar a esta misma hora. ¿A que no te atreves?
Se había hecho mayor en esos meses. Nos acostábamos regularmente, pero lo nuestro tenía fecha de caducidad. Era imposible seguir viéndonos. Sonia sospechaba algo. Cada vez había más excusas para vernos de seis a diez. Era mi momento con Lara, con mi pequeña amante, que ya era mayor de edad. Pero una noche en que fui a buscarla a su casa después de pelear con mi novia, y la llamé desde la cabina de enfrente, Lara me dijo que no salía, que se había terminado. Así nos despedimos. La vi salir a la terraza y mirar cómo me marchaba a lo lejos.
Y ahora, veinte años después, casado con Luisa y con tres niñas, desenamorado total, viviendo en las afueras de Madrid, he inventado una reunión de trabajo para ir a «La Última Parada», que ya no se llama así. Curiosamente el pub, que ahora no es un pub sino un gastrobar, en el que me han puesto una cara rara cuando he querido elegir la última mesa cercana a los servicios, se llama «El reencuentro».
No sé nada de la vida de Lara. Creo que se casó y tiene dos niños. Mi prima, único lazo de unión con ella, murió prematuramente hace un par de años de cáncer.
¿Se acordará de la cita? ¿Se atreverá?
La fecha
Su secretaria le confirmó la cita. El lunes próximo tendría que firmar los papeles. Miró la fecha en el calendario y se preguntó por un momento cómo había llegado hasta allí, cómo habían llegado hasta allí. Noviazgo, amor, una casa, tres hijos... Tal vez nunca...