Las cajas de Cola-Cao de mi vida
Si alguno de los que pasais por aquí habéis tenido que cerrar la casa de vuestros padres (por enfermedad o fallecimiento) entenderéis bien lo que supone encontraros con objetos de vuestro pasado con los que no sabéis qué hacer.
Libros, vajillas, mantelerías, cristalerías, figuritas, jarrones, plumas, bolígrafos, ceniceros… Tal vez todos encuentran un lugar. En una segunda vivienda, para algún hijo que está construyendo su primer hogar, para personas que agradecen todo lo que les puedes dar.
Pero hay algunos objetos íntimos con los que no sabes qué hacer: una ingente cantidad de fotografías metidas en cajas de Cola-Cao de los años sesenta; cassettes de música grabadas de la radio; cartas escritas entre tus padres; cartas que recibían tus padres de otras personas; incluso cartas tuyas cuando te marchaste de casa; invitaciones de boda, recordatorios de comunión, esquelas; cajas de hilos y botones.
Mi madre era modista y aunque dejó de trabajar al casarse, cosía para la familia toda nuestra ropa.
Abrir su caja de botones es recordar parte de su vida, de nuestra vida. Los ves y reconoces los vestidos que llevaste a una boda o lo que te pincharon los alfileres en una prueba. No quedan los vestidos y quizá tampoco las fotos que den testimonio del botón colocado en el lugar exacto. Solo tu memoria los conecta.
Me entra la nostalgia y no soy capaz de tirar los botones, las cartas, las invitaciones de boda y las fotos donde no reconozco a nadie. De vez en cuando abro las cajas, juego con los botones entre mis dedos, miro descuidadamente las caras que me contemplan desde el pasado o leo alguna carta al azar y me sorprendo con su contenido.
¿Y vosotros? ¿Teneis alguna caja de botones en vuestra vida?