Recordaba todavía la primera vez. Su primera vez. Era un niño. Se citó con su compañero de juegos en el parque de al lado de su casa. No se lo pensó mucho. Llevaba en su mano el cuchillo de cocina de su madre. Sin mediar palabra se lo clavó varias veces a su amigo: en la tripa, en el brazo, en el corazón.
Recordaba cómo se hundía en la carne y la sensación de placer que le producía ese correr de sangre. Toda su vida es entrar y salir de centros, hablar con personas que no le entienden, experimentar con su cerebro. Nunca más ha sido libre. El mal está con él.
Lo sabe. Es consciente de su locura. Y en cuanto se descuidan vuelve a coger otro cuchillo y vuelve a clavarlo y vuelve a brotar sangre.
Y llegan los ruidos, las ambulancias, la policía. Y él vuelve a ese parque, donde un día empezó todo. Y en su cabeza vuelve a matar a ese amigo que le robó al amor de su vida.