No es posible. No. No me lo puedo creer. Yo, siempre perfecta, con mi móvil y mis gafas en una mano. En la otra puedo llevar bolso, bolsa, abrigo, papeles, carpetas, libros, lo que sea. Pero en una mano siempre va el móvil y mis gafas de ver de cerca.
Pero a veces se me olvida el influjo brujo de mi amiga lectora que me acompaña en esos acontecimientos indispensables en mi vida relacionados con las letras. Íbamos a un club de lectura. Al llegar detecté que no llevaba el móvil. ¡Yo! ¡Sin móvil! Pensé que lo había dejado en el coche. Nada irreparable.
Los nervios llegaron cuando después del evento el artilugio no estaba en el coche. Y tal como somos, a pesar de la nube, ahí va media vida dentro. ¿Media vida perdida? No. La historia no podía repetirse de nuevo. Eso nos pasó ¿hace cuántos meses?. Volqué en el asiento del copiloto todo el contenido de mi bolso y ahí no estaba.
Descubrí entonces que no me sabía el número de teléfono de mi marido. Y que en casa no cogemos el teléfono fijo. Deberes: memorizar los teléfonos de mi entorno cercano.
Me imaginé cancelando mi línea telefónica al llegar a casa, yendo al centro comercial al día siguiente para comprar otro móvil y buscando en la nube la posibilidad de recuperar parte de mi vida. Esa que cabe en un pequeño aparatito y nos hace dependientes.
Me despedí de la loca de mi amiga pensando que era imposible que nos volviera a pasar lo mismo. <<Pero la otra vez apareció>> dijo ella optimista.
Cuando llegué a casa la voz alegre de mi marido anunciaba <<Te lo habías dejado en casa>>.

Como a ti
Como un perro herido me encontraba tras el asesinato de mi compañera. Todos llorábamos su pérdida pero no entendíamos por qué había muerto. ¿Quién podía haberle hecho aquello? ¿Qúé alma degenerada se había enseñado con su cuerpo? El forense determinó que no había sido...