¿A quién no le gusta pasar una tarde de verano (o de invierno) viendo imágenes del pasado?
Nos gusta parar el tiempo en una instantánea, dejar constancia de ese momento bueno, de ese viaje estupendo, de esa comida fantástica, de ese reencuentro inesperado.
Porque lo bueno de esas historias captadas al azar (no siempre son perfectas) es que nos hacen revivir situaciones alegres, positivas, bonitas. No hacemos fotografías llorando, ni en duelos o misas de difuntos (la costumbre de fotografiar a los cadáveres afortunadamente dejó de ser normal hace muchos años). Captamos nuestras mejores vivencias en bodas, bautizos, viajes, comidas familiares o de amigos.
Realmente lo que antes hacíamos para nosotros mismos con el paso del tiempo es lo que nos avasalla ahora en redes sociales.
Como mucho enseñabas esas historias a la familia o amigos en álbumes perfectamente ordenados (los más cuidadosos) o en cajas de fotos que guardaban nuestros padres y que hacían nuestras delicias de niños al vernos de pequeños con ropas que nos resultaban terribles. Era agradable también ver el paso del tiempo en otros miembros de la familia o descubrir que tus padres también habían sido niños, cosa impensable para ti.
Tu padre no podía ser ese con sombrero mexicano y tu madre no pudo hacer su primera comunión con un vestido que le quedaba un palmo corto. ¡Y horror! ¿Cómo te podían haber vestido con esos lazos repolludos en la boda de tu primo?
Fotos digitales
Ahora, con tantas fotos digitales, tenemos que prescindir muchas veces de un montón de imágenes porque nuestros modernos dispositivos no soportan un almacenaje masivo y repetitivo de miles de fotos iguales.
Como profesional de la documentacion, una labor que se requería en archivos grandes era el expurgo, totalmente necesario para mantener lo imprescindible tanto en estanterías como en discos duros y aprender a borrar o eliminar lo supérfluo.
Mi expurgo necesario consiste en hacer una selección de lo más importante del año y convertir a papel 200 imágenes digitales. Siempre es el regalo de Reyes de mi marido. Poca sorpresa, pero disfrutamos todos con la selección.
De todas formas, como nuestro querido Google presiona para que compremos almacenamiento, uno de mis entretenimientos veraniegos ha sido traspasar imágenes a un disco duro y aprender a borrar las treinta y siete puestas de sol casi iguales que almacenaba inútilmente de ese viaje de hace ocho años. La nostalgia por momentos casi olvidados en el fondo de nuestro teléfono móvil o nuestro ordenador portátil llega a emocionarnos en fotografías descartadas de la memoria reciente pero con su lugar en un rinconcito del corazón.
Cumpleaños de antes de la pandemia (cronológicamente todavía organizamos la vida en pre y post), de después, de durante… todo aquello que no fue elegido en la selección anual pero que tu mente se niega a abandonar. ¿Cuándo volveré a verlas? Nuevamente quedan archivadas en otro lugar donde google no pueda encontrarlas y no me machaque pidiendo que las borre o que las guarde en su nube.
¿Y las fotos que elegimos para mostrar en nuestras redes sociales? ¿Tantas ganas tenemos de enseñar nuestra felicidad? Tal vez deberíamos reflexionar un poco sobre nuestras galerías, sobre nuestra exposición pública y nuestra necesidad de mostrar esas parcelas de vida.
O tal vez el ser humano necesite sentirse mejor enseñando esa felicidad, porque todo lo que no se ve no existe, y si solo se ve alegría es que no hay tristeza.
De todas formas os invito a buscar en vuestras cajas de fotos, en vuestros álbumes y en vuestros discos duros. Reunid a familia y/o amigos y reiros de los lazos de la boda o los sombreros familiares. Me imagino cual abuela Cebolleta enseñando a mi nieta cómo se vestía su mamá cuando era pequeña. Y soy feliz.