Sólo a ella se le ocurre llevar chaqueta en verano, ordenador prendido al cuerpo como si de un órgano vital se tratara, bolso, a veces bolsa y quizá algo más que no quepa en dos manos y dos hombros. Eso, cuando no lleva a los tres niños a los que las dos manos no le permiten sujetar. Pero lo hace con tal naturalidad y elegancia que al final forma parte de ella misma, la loca de mi amiga, que le faltan manos pero le sobra alma.
Me invitó el otro día a una presentación de un perfume nuevo en un sitio “tirorí” de esos elegantes que te da miedo hasta pisar por si haces ruido o por si manchas. Lleva la comunicación, la imagen o qué sé yo. Tal vez lo lleve todo, porque todo estaba organizado a la perfección. Pero ella ya iba como invitada. Y yo como invitada de ella. Estaba guapa. Deslumbrante. Y llevaba consigo su ordenador como órgano vital, su bolso, su chaqueta, y su bolsa con no sé qué papeles por si hacían falta. Total, que parecía Pepe Viyuela con su escalera y su maleta y su martillo. Si ella misma lo dice: <<parezco Pepe Viyuela>>. Los tres niños esa tarde no iban. Era el día estrella de mamá. La presentación lucía por sí sola. Yo estaba orgullosa de mi amiga. Y de repente, fue a sacar el móvil y no lo encontraba. Quería hacer una foto del evento. Una foto personal. Para el recuerdo. Había sido una de sus mejores campañas. Pero no encontraba el móvil. Me pasó la chaqueta, y la bolsa. Rebusqué en los bolsillos y en el fondo entre los papeles. Nada. Mientras, ella abría compulsivamente el bolso. Abría compulsivamente todos los bolsillos del maletín del ordenador. Nada. La loca de mi amiga entró en pánico. El móvil. No podía perder el móvil. Era media vida. No, no. La vida entera.
Discretamente nos acercamos al jefe de seguridad del establecimiento “tirorí” y discretamente le contamos que ella, la organizadora del evento, había perdido el móvil. Discretamente el jefe de seguridad movilizó a sus hombres. Todos miraban al suelo. Menos mal que ya estaban tomando copas y los invitados apenas se dieron cuenta. Nada. El móvil no aparecía. El jefe de seguridad nos pidió un teléfono con el que contactar en caso de que apareciera el aparato. Le facilité mi número de móvil, mi nombre, el nombre de la loca de mi amiga, que parecía haber entrado en coma. Ya no era Pepe Viyuela. Yo veía que se iba a echar a llorar.
Abandonamos el evento. Llegábamos tarde a la reserva de la cena. Nunca tuvimos intención de quedarnos a las copas. Y nada más sentarnos en la mesa en la que nos acoplaron, que ya no tenía las fantásticas vistas de Madrid que habíamos reservado, cuando la loca de mi amiga fue a coger un pañuelo de su bolso… Sí. Allí estaba. Su móvil. No se había movido del mismo pliegue donde lo había depositado por la tarde al coger el taxi. Nos echamos a reír. Le faltarán manos, pero tiene un alma tan grande, que es perfecto que sea como Pepe Viyuela, que pierda el móvil y que lo encuentre todo en un minuto. Brindamos por ello. Es la loca de mi amiga. Y yo la quiero mucho.