Cada año la Navidad comienza un poco antes. Este octubre ya estaban colocadas las luces en las farolas de Madrid. El encendido no se ha hecho esperar y en noviembre todo era brillo en nuestras calles.
Comentaba Juan José Millás en la radio hoy domingo las vidas paralelas que llevamos todos teniendo en cuenta los conflictos que están a la puerta de casa, Israel y Palestina, Ucrania y Rusia… y tantos otros, que contrastan con el turrón y los villancicos que se encuentran en nuestro entorno.
Vivimos un mundo diferente si escuchamos o leemos las noticias de actualidad y políticas o si decidimos dar un respiro a esa negra realidad y la ignoramos por un tiempo.
Cuando entro en un atasco navideño producido por la lluvia no puedo evitar pensar en los kilómetros que recorrí junto a mi madre en el coche enseñándole las luces como si fuera una niña pequeña. Su entusiasmo por las luces en Navidad me devolvía un poco la magia que con los años vas perdiendo. Enfilábamos la calle Princesa para llegar a Plaza de España y subir a la Gran Vía para bajar hasta Cibeles y llegar a la calle de Alcalá. Ahí dábamos una vuelta para volver a Colón y recorrer Príncipe de Vergara o llegar a Serrano y volver de nuevo.
Ahora evito el coche en las fiestas. Madrid se vuelve imposible. Estamos todos y salimos todos a la vez a los mismos sitios. Y las luces (sin pequeños a quien enseñárselas) hacen que las lágrimas impidan ver la ilusión. Se convierten en reflejos de tristeza, de añoranza, de dolor.
Mi optimismo compulsivo deja de serlo por algunas horas y busco en el cielo esas estrellas que estarán vigilantes y amorosas para los que aquí permanecemos. Es tan solo un momento, unos instantes. Después vuelvo a ser positiva, como siempre. Las luces son para disfrutar. Olvidemos ese mundo paralelo y terrible que hay entre bombas y enfrentamientos; esperemos que algún día la cordura llegue a quien tiene poder para terminar con estas atrocidades y no haya niños muertos sino sonrisas en el mundo al mirar un árbol de Navidad.