Desde Orwell a Stephen King pasando por Hemingway, Paul Auster o Leila Slimani, todos los escritores podrían explicar sus sentimientos hacia la literatura; todos tienen sus motivos para contar lo que sienten, o lo que les han contado o lo que han oído, visto o leído y tamizarlo con sus ojos o ideas.
¿Por qué escribe un aprendiz de escritor? Tal vez por necesidad. Quien tiene en su interior el virus de la escritura necesita papel y lápiz, pluma o bolígrafo o un buen ordenador y un procesador de textos. A veces basta con el móvil para esbozar algunas ideas o una servilleta para anotar esa historia que crece en el interior de nuestra mente cuando, sentados tranquilamente en un café, el desfilar de personas a nuestro alrededor nos hace construir un cuento, un relato inventado que probablemente no tenga nada que ver con la realidad, pero que acaba siendo más real que la vida de los protagonistas que pasan por nuestro lado.
De niña inventaba historias, cuentos que relataba a mis muñecas; después pasé a escribirlos y anotar en muchas libretas lo que mi imaginación impedía que quedara dentro de mi mente. Más tarde fui la única de mis amigas que optó por letras puras (que se decía entonces) y acabé estudiando Literatura en la Universidad Complutense de Madrid.
Como la vida te lleva por caminos que ni tú te imaginas, acabé trabajando como Documentalista, guardando y preparando información para que otros escribieran. Me atraía mucho contar la verdad porque habíamos callado mucho la realidad de la posguerra, el fusilamiento de mi tía como una de las llamadas “Trece rosas”, pero hasta que encontré el hueco en mi vida no me planteé escribir esas historias que llevaba dentro, que había construido mil y una veces y que estaban sin plasmar en un papel.
Lo hice en Pandemia, autopublicando en 2020 mi primera novela, #LíneasParalelas y la segunda, #Ylavidasedetuvo en 2022. Llevo unos meses corrigiendo la tercera dudando con su título y su estructura. Todo llegará. Pretendo buscar editorial tradicional para su publicación. Aunque actualmente se publica tanto que es difícil encontrar un hueco para un autor novel.
Mientras tanto escribo microrrelatos que publico en Instagram y aquí en mi web, porque considero que es un ejercicio fantástico de aprendizaje. Unas palabras limitadas, unos personajes inventados sacados de un artículo del periódico, de un viaje en metro, de una conversación de radio… vidas imaginadas que se convierten en realidad en un post con cien palabras o en un microrrelato enviado a veces a un concurso.
Este fin de semana he participado en un reto lector de la editorial @exlibriceditorial: @relato.48. Resultaba curioso que alguno de los participantes preguntara cómo se contaban las palabras. Estaba claro que no habían escrito mucho; todo procesador de textos tiene un contador. Lo atractivo es en sí el reto, independientemente de premios. Tienes 48 horas para escribir partiendo de una frase de una terna que propone la editorial un relato que contenga un mínimo de 1.480 palabras y un máximo de 2.480. La frase no puede ser el título y puede estar en cualquier lugar de la redacción.
Las primeras horas debes dedicarlas a pensar en la historia que puede acompañar a cada frase. Deberías seleccionarla lo antes posible para no perder tiempo. Si paseas o vas en transporte público es la mejor forma de encontrar el tema y desarrollar una introducción, un nudo y un desenlace.
El siguiente paso es el papel, ordenador o móvil para hacer un borrador básico, sin contabilizar palabras; sólo contando la historia. Después tienes que dejarla reposar: unas horas, incluso un día. Retomas la historia en el ordenador y ya quedan sólo veinticuatro de las cuarenta y ocho horas propuestas. Siempre hay dos alternativas: que te convenzan tus personajes, la vida que relatas y la historia que muestras; si no, tienes poco margen de maniobra para volver a empezar, a menos que trasnoches y utilices las horas nocturnas para buscar una alternativa más lúcida.
Si las musas te han acompañado y te han encontrado trabajando, puedes sentirte satisfecho. Revisas, corriges, repasas… si tienes alguien que pueda leerlo para ver una opinión general, siempre es de agradecer. Son menos de diez minutos de lectura y un alma diferente puede detectar algún error garrafal. O no.
Si lo tienes claro y decidido, entras en la aplicación, rellenas los datos personales y envías el texto. Recibes el correo electrónico que indica que se ha realizado correctamente el proceso y te sientes feliz. Contento. Porque has sido capaz de aceptar el reto y cumplirlo. Ahora la suerte está echada. Y tu sensación de plenitud no te la quita nadie. Has contado una historia que ha nacido en tu corazón y has sabido transmitir al papel. ¿Qué más puedes pedir? Tal vez, sólo tal vez, es en esos momentos en los que el síndrome del impostor no existe.
¿Por qué escribo? Porque alguien, una persona anónima quizá, me leerá un día y le gustará lo que escribo y le transportará a otros mundos y otras vidas. Y yo seré feliz.