Hace unos días, a finales de mayo de este año, por azares del destino, me encontraba en París y casualmente comenzaba la primera ronda de Roland Garros.
En otra vida fui madre de tenista profesional y ha quedado en mí un gusto muy agradable por el tenis.
Cuando mi hija era pequeña ganó un torneo en el que participaba y el premio era un viaje para la jugadora y un familiar durante el fin de semana intermedio de la competición. Regalazo. Pero la federación de la Comunidad Autónoma solo podía colocar la final del torneo comunitario ese fin de semana. Resultado: perdimos el viaje y la oportunidad de disfrutar de un grand slam como el parisino. Una pena.
Sin haberlo previsto, estábamos las dos en París. Acudimos pues juntas al torneo y disfrutamos del primer domingo con unas entradas generales cortesía de los contactos tenísticos de mi hija. Volver a ese ambiente después de muchos años nos causaba sensación de mariposas en el estómago. A ella más que a mí.
Visto desde la distancia, descubrí que se veía mejor ese deporte desde las pistas menos importantes. Más cercano, más emocionante, más vibrante… No olvidaré un partido difícil de Albert Ramos con el público en contra y cuatro españoles animando (yo entre ellos).
Había olvidado también la actitud de los recogepelotas, que sinceramente, me ha sorprendido al volver a verlos tan de cerca. Es una sumisión tal al deportista que me parece contraproducente. Tal vez excesivamente disciplinados los chicos y chicas parisinos.
La emoción del deporte tenístico se ha visto recompensada con unos cuartos de final entre Nadal y Djokovic que supieron a final tras haber visto a nuestro ídolo español cojeando en Roma.
La final careció de emoción, pero preocupaba el estado físico de nuestro deportista más querido. Declaraciones y contradeclaraciones, preguntas inoportunas de periodistas a todas horas… que va a anunciar que se retira, que contará que va a ser padre…
De verdad, centrémonos más en no comparar tanto, en preguntar lo justo, en alabar el buen juego, en no hurgar en heridas… centrémonos en disfrutar el momento y ser positivos.
Cada vez que veo a Rafael Nadal en pista, igual que me pasaba con Roger Federer, pienso que quizá, tal vez, sea la última que le vea competir en directo a ese nivel. Y lo disfruto tanto que me da rabia que no sepamos disfrutarlo todos y siempre busquemos los tres pies al gato.
Vivamos un poco más el presente. Yo me quedo con los 22 títulos en el año 22.
Bonito, ¿no?
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