En estos tiempos en los que casi dedicamos más espacio físico y mental a una bofetada en la gala de los Óscar que a los problemas reales del mundo, desearíamos escapar de la rutina, de escuchar esas noticias tan dramáticas que oímos en la radio cada día, de cerrar los ojos en los telediarios para no ver el horror de tener una guerra a la puerta de casa y no hacer nada.
Porque es así. Miramos a otro lado. Colaboramos con las ONGS mandando dinero, alimentos o medicinas. Nos sonrojamos porque esté ocurriendo. Pero ya. Ahí nos quedamos todos. Los hijos de algunos amigos han cogido los coches grandes familiares y se han embarcado en la aventura de ir a la frontera a recoger a ucranianos que quieran venir a refugiarse en España. Muy loable, pero quizá poco práctico.
La política sigue sorprendiéndonos. Normalmente para mal. Todo el mundo lo está haciendo mal, no solo España. Europa da bandazos entre no querer que Ucrania entre en la OTAN, pero aceptando que pueda ser que algún día sí le dejemos entrar en la Unión Europea. Probablemente para lucrarnos con su reconstrucción.
Porque nos lucramos con todo. Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Pero vendemos mascarillas, armas o lo que sea en tiempos de crisis, y siempre hay algún listillo que gana dinero (mucho dinero) con las desgracias ajenas.
De verdad que dan ganas de no escuchar las noticias. Apetece encerrarse en las páginas de un buen libro para escapar de la realidad y vivir en ellas. Huir a nuestros referentes de la infancia. Rescatemos a Mujercitas de Alcott, o a Julio Verne, o al Quijote.
Todos ellos son más cuerdos que este mundo extraño en el que estamos.
También podemos huir a Los Bridgerton en Netflix. Aunque quizá ahí entraríamos en otro debate que nos uniría a la bofetada con la que hemos empezado y el machismo.
Ahora no hay nada políticamente correcto. Pero tal vez soy como Lady Whistledown y critico todo. Una aprendiz de escritora siempre mantiene afilada su pluma.