Puedo, por ejemplo, sacar billetes de avión por internet, reservar alojamiento a través de distintas aplicaciones y también alquilar un coche por correo electrónico.
Puedo conducir por carreteras estrechas multiplicadas de curvas, que llaman de montaña, a un ritmo razonable. Incluso sin que me piten por ser mujer o por ir despacio. Puedo interpretar los desmanes de mi GPS cuando decide llevarme por caminos inexplorados. Incluso entonces puedo ser capaz de encontrar un lugar donde parar y dar media vuelta encontrando el camino correcto.
Puedo comer un día a la una y otro a las cuatro y no pasa nada aunque lo idóneo sean las dos de la tarde. Puedo incluso saltarme comidas y no morir en el intento si la excursión o actividad lo merece.
Soy mayor, sí. A la edad en la que nuestras abuelas eran ancianas y nuestras madres viejas, nosotras, las de los sesenta (en el más amplio sentido de la palabra) somos sólo mayores. Y podemos hacer muchas cosas por nuestra cuenta o en compañía. Y palabrita que sienta bien. Muy bien.
Hace unos pocos años no daba importancia a conducir por la montaña. Era lo normal. Hoy en día valoro poder seguir haciéndolo. Por muchos años. Y disfrutar. Cada año que pasa se aprecia más hacer cosas que antes no te parecía que tuvieran importancia.
Soy mayor y puedo hacer cosas. Hoy he subido por la carretera de Santa Cruz de la Palma al Roque de los Muchachos. Y me he sentido bien por poder hacerlo. Y tengo pendiente tirarme en parapente por la Peña Negra. Para celebrar las muchas cosas que se pueden hacer a los sesenta.
Lo mejor de todo, poder disfrutar de cada día, cada momento. La vida merece la pena vivirla con intensidad.