No voy a contar nada nuevo en estos días tan tristes, con tanto dolor que provocan una desolación enorme. Mi abrazo a las personas que están sufriendo las consecuencias de la dana en todas las poblaciones, las más afectadas las de Albacete y Valencia. Mi solidaridad con las víctimas, con las que han perdido sus seres queridos, con las que conviven con la incertidumbre de saber qué habrá sido de esos familiares y amigos que no aparecen, con todos los que lo han perdido todo, porque su vida será, sin duda, un antes y un después.
A todos, aunque estemos lejos, aunque no tengamos familiares en la zona, nos sobrecoge cada día la televisión, la radio, los periódicos, las redes sociales… de vez en cuando descansamos de la tragedia porque nos resulta duro seguir escuchando, pero ellos, los que conviven con el barro, con la ausencia, con el destrozo de su vida no descansan, y desgraciadamente no lo harán en mucho tiempo.
Tampoco voy a sacar los colores a la falta de previsión, de organización, de conocimiento de una emergencia del calibre que los meteorólogos iban apuntando los días anteriores. La justicia y el tiempo se encargarán de estas cosas.
Lo que es cierto es que todos necesitamos educación: los gobernantes y los ciudadanos. Tenemos que reclamar que nos enseñen a comportarnos en momentos de crisis, cuando existen emergencias ya sea por atentados, por problemas climáticos o por cualquier tipo de adversidad. ¿Sabemos qué hacer? ¿Comprendemos lo que significa un nivel rojo de emergencia? ¿Cómo actuar? ¿Alguien nos ha contado la importancia de salvar la vida antes que salvar un coche?
Todo eso que parece obvio, señores y señoras, no lo es. En mi infancia estudié en el colegio una asignatura que decía “Educación cívico política y social” creo recordar. Probablemente algo semejante debería impartirse y no solo en los colegios. Los ayuntamientos deberían obligarnos a saber qué hacer en caso de emergencia extrema. Ayudaría mucho. Y también ayudaría que los políticos escucharan a los científicos, que llevan años alertando de la situación de riesgo de zonas inundables, de la mala urbanización y la política urbanística que permite la construcción de edificios, viviendas, centros comerciales, colegios, locales deportivos en zonas con riesgo alto de inundación. ¿Lo sabíais? Yo no. Hace poco descubrimos también los problemas de convivir con volcanes y tener las viviendas cerca de ellos.
Todo es un problema de educación. Y previsión. E inversión.
Esto no es un hecho aislado. Nos cuentan los hombres y mujeres de ciencia que se va a repetir, que hay que tomar medidas, que los estudios están hechos. Nadie se imaginaba que el impacto de esta dana fuera tan terrible. Paliar estos daños costará tiempo, pero a la vez hay que invertir en futuro. Que si vuelve a pasar no haya muertos. La vida es lo único importante y estamos desolados por todo lo que aventuramos que va a pasar.
Cuando crezcan esas cifras de desaparecidos convirtiéndose en listas de fallecidos no seremos capaces de mirarnos a la cara durante mucho tiempo. Esto es aquí, son nuestros compatriotas, son nuestros vecinos. ¿Recordamos lo que es el bien común? Que lo recuerde todo aquel que forma parte del Estado y que tiene potestad para ayudar, para solucionar problemas, para generar ayudas, infraestructuras.
No tengo varita mágica para solucionar esto. Es desolador, es doloroso, es triste. Mi apoyo y mi ánimo a todo aquel que lo necesite.