Viajar, leer, escribir, soñar.
Cuando era pequeña no me gustaba especialmente el verano. Entonces tu mundo se limitaba al colegio y la familia. Si vivías en un barrio entre coches tampoco tenías pandilla para bajar a jugar a la calle, y si solo tenías un hermano, las horas se multiplicaban alarmantemente y tenías que hacer el pino para escabullirte de contribuir a las tareas del hogar.
Comencé entonces a leer y a escribir. Recuerdo esos veranos en los que escribía a mis amigas del colegio como si nos hubieran desgarrado el alma. Casi tres meses sin vernos. ( Ni llamarnos, ni mensajes de wasap ni nada por el estilo; estoy hablando del siglo XX, no de la prehistoria). Y eso que yo era afortunada y viajaba con mis padres y mi hermano a la playa casi todos los años. Me encantaba escribirlas aunque fuera para contar que no estaba haciendo nada especial, que tan solo leía <<Mujercitas>> de Louisa May Alcott y que tachaba en un calendario viejo de bolsillo de mi padre los días que faltaban para viajar al mar, a enterrar los pies en la arena y a oler a sal.
¿Empecé ahí a escribir poesia? ¿Tal vez mis primeros relatos? A veces, entre carpetas antiguas, apuntes del colegio o libros olvidados aparece un poema, un cuento, una historia que apenas recuerdo y me hace sonreír. ¿Por qué no guardamos como un tesoro estas historias y desaparecen de nuestra mente y nuestros cajones?
Dice @maximohuerta en <<Adiós, pequeño>> editado por @editorialplaneta: “No escribas lo que sientes, escribe lo que recuerdas y dirás la verdad, como decía no recuerdo quién”.
Diré entonces la verdad. Me recuerdo emborronando cuadernos, inventando personajes y soñando con publicar un día una novela. Hasta segundo de B.U.P. en que conocí a Carmen Laforet y su <<Nada>> prestado por mi profesor de literatura en el colegio, no pensé en ganar el Premio Nadal. Fantasías de niña.
Pero ahora sí creo que el verano es para leer y escribir. Estoy convencida de ello. También para viajar. Pero entre viaje y viaje, “Los que somos lectores sabemos que la lectura es una herramienta de transformación social, los libros nos cambian, pasan por nosotros y cuando los terminamos sentimos que ya no somos los mismos” nos dice @maribel_riaza en <<La voz de los libros>> editada por @aguilarlibros_.
En breve elegiré mis libros del verano. Como siempre, mucha novela negra. Desconecto la mente y me dedico a pensar en quién es el asesino o cómo dar el paso siguiente con el o la policía o investigador de turno. Es un placer para los sentidos. Y unos cuantos de mis pendientes. Habrá otros que se colarán en la lista y serán los mejores (o no) del año sin estar previstos. Y algo de poesía. La poesía siempre es alimento para el alma. Ya sabéis: todos los lunes un poema. Empezaremos la semana mejor.
Y pienso como Leila Slimani en <<El perfume de las flores de noche>> editado por @cabaretvoltaire_ed: “Me gustaría dedicarme solo a las palabras, olvidar lo que constituye la vida cotidiana, preocuparme solo del destino de mis personajes”.
Quizá no tanto, pero olvidarme de todo y escribir, escribir, escribir. Sería una buena opción. Para eso dejo unos días en septiembre en el certamen literario @Blacklladolid donde alterno las charlas de escritores con mi propia escritura. Es mi regalo de cumpleaños.
Intentaremos aprovechar hasta el equinoccio de otoño no solo para viajar, leer y escribir. También soñar. Como Calderón de la Barca en <<La vida es sueño>>:
“…que el vivir solo es soñar;
y la experiencia me enseña,
que el hombre que vive, sueña
lo que es, hasta despertar”.
Pues hagamos los deberes: Viajar, leer, escribir, soñar. El orden de los factores no altera el producto.
Feliz verano.